“Muchacha, hacete el Papanicolau”



Ese año estaba trabajando en la universidad, tenía una buena obra social y, como solía hacer anualmente, saqué turno con una médica ginecóloga de la cartilla para realizarme los habituales chequeos femeninos, los odiosos “PAP” y “Colpo”, más conocidos como Papanicolau y Colposcopía.
Alrededor de las cuatro de la tarde, llegué al consultorio de la Doctora Rey. Como era la primera vez que iba me tomaron los datos para la ficha personal, y me dispuse a esperar, junto a otras mujeres, a Silvia, la doctora que me había tocado. Leí una revista, de esas que nunca faltan en los consultorios, mientras un televisor, a un volumen imperceptible, transmitía un programa sobre macramé en Utilísima Satelital. Después de un rato, una de las doctoras abre la puerta, toma una ficha de la recepción, y me llama: -¿Martínez, Agustina?-
Me acerqué y la saludé. Siempre dudo si dar un beso o no, y siento que la duda es mutua, porque el acercamiento en ese instante parece desarrollarse en cámara lenta, como esperando que sea el otro el que tome la decisión. Entré al consultorio y charlamos un rato sobre mi historia clínica, lo habitual para una consulta de rutina.
-Bien, sacate la ropa interior y acostate en la camilla por favor-. Con cierta incomodidad me acuesto en la camilla, apoyo los pies en el caballete y trato de relajarme, pero sin éxito. El examen no duró más de cinco minutos. -Listo, levantate despacio para no marearte y, cuando estés bien, vestite- Después de vestirme, nos sentamos nuevamente en el escritorio, estaba más tranquila, pero esa tranquilidad no duró mucho. -Tenés una manchita en el cuello del útero, puede que no sea grave, pero la voy a mandar a analizar para estar segura-.
La doctora me explicó que existe un virus, llamado HPV, que puede causar las llamadas verrugas genitales, esas verrugas pueden ser de dos tipos, de bajo o alto riesgo. Las de bajo riesgo no provocan inconvenientes, y suelen ser cauterizadas con calor o frío; pero las de alto riesgo pueden provocar una lesión en el cuello del útero crecer y, si no se trata a tiempo, desembocar en un cáncer. -Volvé dentro de quince días que ya vamos a tener los resultados-. Salí del consultorio un poco asustada, la explicación de la doctora resonó en mi cabeza durante esas dos semanas.
Finalmente llegó el día de ir a buscar los análisis. En el consultorio se repitió la escena, varias mujeres leyendo revistas de todo tipo, y la televisión encendida, sintonizando nuevamente Utilísima, esta vez, con un programa sobre crochet.
Silvia, la doctora, me reconoció y nos saludamos con un beso sin dudar;  quise ver la expresión de su cara, pero no era una persona del todo expresiva. Nos sentamos en el escritorio y abrió el sobre con los resultados de mis exámenes.
-Agustina, tengo que decirte que los análisis no salieron muy bien, no te pongas nerviosa porque es algo que tiene solución-; esas primeras palabras bastaron para que se me hiciera un nudo en la garganta, quería llorar. -Tenés un HPV de alto riesgo, lo que significa que tenemos que sacar esa manchita pero quitándote una parte del cuello del útero-, (suena escabroso, pero es exactamente lo que dijo), -sino la sacamos, en unos años esa manchita puede desarrollarse en un cáncer, con lo cual es bastante urgente que la retiremos a tiempo. Es una intervención quirúrgica, con anestesia local, y no te generaría ningún riesgo. Después de la operación hay que tomar ciertos recaudos, porque se puede llegar a regenerar, no es seguro, pero para eso tenés que seguir haciéndote los controles-.
Luego de un mes de estudios y consultas, confirmé la fecha de la operación. Fuimos con mi mamá hasta el consultorio de Barrio Norte, una tarde de invierno con los nervios que me recorrían de pies a cabeza. Era un consultorio común, y había otras mujeres esperando ser atendidas, pero esta vez no había tele.
-Agustina, pasá por acá por favor-.
Veinte minutos después salí caminando de la sala, mi mamá me miró sorprendida, se imaginaba que la intervención iba a tomar más tiempo y que yo no iba a tener la fuerza suficiente como para caminar sola, pero no fue así. La operación fue realmente sencilla, los fantasmas que tenía en la mente se esfumaron, y volví a respirar tranquila. Nos abrazamos.
Hoy, después de casi tres años de esos meses interminables, agradezco haberme hecho los odiosos PAP y Colpo, y haber podido evitar la verdadera mala noticia.  
Como bien solía decir Tita Merello, “Muchacha, hacete el Papanicolau”.

1 comentario:

Soledad dijo...

Yo pasé por lo mismo, hace 10 años ya. Es cierto que uno se asusta, tan cierto como que después te das cuenta de que no era para tanto.

Besos