Haceme cosquillas

Leyendo el blog de mi amiga Ceci, y a pasitos de cumplir años, estoy en esos días en que me agarra la reflexiva. Mientras escucho I'm only sleeping de los cuatro genios, pienso en esas cosas que me hacen consquillitas en el pecho, esas que me hacen bien al alma. Escuchar los Beatles es una de ellas, levantarme con los ojos chinitos de mi amorcito y su presencia en mi vida, es otra, leer a García Márquez (mi profe del taller de redacción virtual me lo hizo recordar) también. Entre otras cositas que, por suerte, me hacen olvidar la ansiedad y el berrinche matutino de hoy, que a las 6am abrí los ojos y no pude volver a cerrarlos, y otra vez la alergia en los dedos, y otra vez un granito en la cara....se acaba la canción, mejor pongo play otra vez. Sólo estoy durmiendo.

Hay un ratón en mi tupper


Tengo una debilidad por el queso, me encanta! en casa compramos queso en barra, ese que la gente normal compra en fetas, nosotros lo compramos en barra. Vamos al chino de la vuelta y en perfecto castellano, abriendo bien la boca, y usando las manos para gestualizar, sin que se mal interprete, le pedimos: "deme de ese queso, pero no en fetas, un pedazo". No es fácil, pero con los días logramos que la explicación sea menos exhaustiva.
El queso en barra lo compramos desde que tenemos un fabuloso utensilio* que nos permite cortar nuestro queso en perfectas fetas, la verdad es que parece que compramos el queso para usar el aparatito, sí, puede ser, pero es muy útil porque de esa forma cortamos el queso de una manera un poco menos guaranga y la porción nos queda ideal para el tamaño de una cracker. Cuando llego a casa con hambre, después del trabajo, mi merienda consiste en eso, siempre que haya queso, claro.
Todo esto viene a que cuando se acaba, nadie lo menciona, uno de nosotros abre la heladera, busca el tupper con el queso y zas! se lleva dos posibles sorpresas: 1. que no hay tupper, por tanto, no hay queso; 2. hay un pedacito ínfimo de queso que te provoca irritación y quejas provenientes del estómago.
Bueno, hoy me pasó eso, abrí el tupper, y el pedacito se me reía en la cara. Por suerte al lado había un torpe queso cremoso que se escapaba del envoltorio, y con poca delicadeza corté un guarango pedazo para ponerlo en mi cracker, mmmm....pero no fue lo mismo.

*Pronúnciese "utensilio". Me fastidia la gente que dice o escribe "utensillo", perdón.

Esperando

Estaba sentada, con ganas de escribir y no sabía qué. Hasta que me di cuenta de que tengo algo en la cabeza hace una semana que no para de darme vueltas, y me tiene nerviosa. Escribo.
No quiero que lo que pasó se queme, me limito a sentimientos encontrados y pensamientos cruzados. Estoy ansiosa, y necesito una respuesta. Si es por sí, buenísimo, rebozo de alegría y excitación, si es por no, caeré un rato en la tristeza, pero aprenderé de mis errores y seguiré avanzando, lo concreto es que necesito una respuesta, porque el estar así angustia, es un estado del no-estado, como esperando algo con las manos abiertas, los brazos extendidos y el corazón latiendo. ¿Cuánto más puedo sostenerlo?, aunque la verdad es que prefiero estar así, expectante, y no caer en la resignación, porque es cruel.
Necesito una respuesta, no se olviden de mí.

Neighbours (cantaba Mick)

Tengo ganas de hacer catarsis, de plasmar en palabras lo que a veces me gustaría gritar a los cuatro vientos: “¡¡DETESTO A MIS VECINOS DE ARRIBA!!” Sin vueltas, eso es lo que día tras día reprimo para mantener la paz de mi hogar, pero a veces se torna insoportable; ¿cuál es el límite de la tolerancia?
Escribo, reescribo, borro, escribo y vuelvo a borrar. Son tantos los pensamientos negativos que se me vienen a la cabeza, que es difícil hilar uno y plasmarlo en la hoja virtual. A veces las palabras nos quedan cortas cuando de sentimientos, positivos o negativos, se trata.
Puedo definirlos con algunos adjetivos: son ruidosos, molestos, gritones, maleducados, escandalosos, conventilleros y la lista sigue y sigue. O puedo dedicarles los más furiosos y ordinarios improperios en grandes mayúsculas, pero eso, mejor, lo sigo dejando para mí.
Día a día me levanto con sus ruidos, onomatopeyas por doquier: “PLAF”, cierran la puerta, “PLUM”, golpean la puerta, “PAPAPAPA”, corren por el piso de madera,  "RAAA", arrastran un mueble, “GUAU, GUAU”, ladra el perro, “BUAAA”, llora la nena y acto seguido, “¡¡¡¡¡MAMÁ!!!!!”
Una voz aguda, agudísima, me crispa los pelos de todo el cuerpo, y un escalofrío me recorre de pies a cabeza; van los pasos al rescate, tras portazo, se escucha la voz de la madre: “PARÁ DE LLORAR”, pedagogía moderna. Pero no para, claro, al contrario, va en aumento, cada vez más fuerte; y los pasos van y vienen, va el padre “PARÁ DE LLORAR”, pero no hay caso. Esta escena se repite alrededor de ocho veces por día.
Sueño con que ellos alguna vez decidan mudarse, “QUÉ SE VAYAN DE UNA VEZ POR TODAS”, sueño con que los momentos en que no están, y reina el silencio, sean eternos, sueño con el día, en que, sin saber cómo ni por qué, desaparezcan…

Sobresaltada, me despierto y pregunto “¿QUÉ, QUÉ PASA?”, nada en casa, son los vecinos que, una vez más, me despertaron.

Siempre hay un motivo real para brindar

Nos levantamos pasadas las 12 todavía con modorra y marcas de la almohada. Desayunamos y vimos el último capítulo de Lost, recién salidito de la net. Cuando nos levantamos cada uno se sentó en su búnker un rato y planificamos el día. Él ensaya un rato, yo webeo pensando que tengo que leer Popper, qué feo!
Mientras computo un rato y juego al zuma, un nuevo jueguito adictivo que me pasó Rami, súper recomendable, escucho la radio. Suena Basta de todo en la Metro y están regalando una caja de vinos al que tenga un buen motivo para brindar. Lo hacen todos los días, pero hoy decidí llamar. Marqué aproximadamente ocho veces el mismo número, redial, redial, redial...una y otra vez hasta que sonó y empecé a escuchar la radio por teléfono. Qué nervios! me temblaba la voz, no sé por qué uno se pone tan nervioso cuando habla por la radio, algo así como un pánico escénico.
Me saludaron Matías, Schulz y Cabito, me hicieron las preguntas de rutina, edad, estado civil, etc.
En eso entra Rami al comedor y me mira "estás hablando con la radio?", "jaja, sí", le contesto.
Me hicieron preguntas sobre Rami, dónde nos conocimos, dónde nos dimos el primer beso, a dónde fuimos la primera vez que salimos, y algunas intimidades más que en ese momento trastabillé pero respondí.
Finalmente mi motivo para brindar era la visita de mi papá con su familia. La primera vez que vienen a casa y los recibo como buena anfitriona. Me pareció un buen motivo.
Después del voto del equipo de la radio, me gané la caja de vinos!
A horitas nomás de que lleguen las visitas, con Rami nos seguimos riendo del llamado desvergonzado y esperamos disfrutar del merecido regalito de viernes santo, ja!


“Muchacha, hacete el Papanicolau”



Ese año estaba trabajando en la universidad, tenía una buena obra social y, como solía hacer anualmente, saqué turno con una médica ginecóloga de la cartilla para realizarme los habituales chequeos femeninos, los odiosos “PAP” y “Colpo”, más conocidos como Papanicolau y Colposcopía.
Alrededor de las cuatro de la tarde, llegué al consultorio de la Doctora Rey. Como era la primera vez que iba me tomaron los datos para la ficha personal, y me dispuse a esperar, junto a otras mujeres, a Silvia, la doctora que me había tocado. Leí una revista, de esas que nunca faltan en los consultorios, mientras un televisor, a un volumen imperceptible, transmitía un programa sobre macramé en Utilísima Satelital. Después de un rato, una de las doctoras abre la puerta, toma una ficha de la recepción, y me llama: -¿Martínez, Agustina?-
Me acerqué y la saludé. Siempre dudo si dar un beso o no, y siento que la duda es mutua, porque el acercamiento en ese instante parece desarrollarse en cámara lenta, como esperando que sea el otro el que tome la decisión. Entré al consultorio y charlamos un rato sobre mi historia clínica, lo habitual para una consulta de rutina.
-Bien, sacate la ropa interior y acostate en la camilla por favor-. Con cierta incomodidad me acuesto en la camilla, apoyo los pies en el caballete y trato de relajarme, pero sin éxito. El examen no duró más de cinco minutos. -Listo, levantate despacio para no marearte y, cuando estés bien, vestite- Después de vestirme, nos sentamos nuevamente en el escritorio, estaba más tranquila, pero esa tranquilidad no duró mucho. -Tenés una manchita en el cuello del útero, puede que no sea grave, pero la voy a mandar a analizar para estar segura-.
La doctora me explicó que existe un virus, llamado HPV, que puede causar las llamadas verrugas genitales, esas verrugas pueden ser de dos tipos, de bajo o alto riesgo. Las de bajo riesgo no provocan inconvenientes, y suelen ser cauterizadas con calor o frío; pero las de alto riesgo pueden provocar una lesión en el cuello del útero crecer y, si no se trata a tiempo, desembocar en un cáncer. -Volvé dentro de quince días que ya vamos a tener los resultados-. Salí del consultorio un poco asustada, la explicación de la doctora resonó en mi cabeza durante esas dos semanas.
Finalmente llegó el día de ir a buscar los análisis. En el consultorio se repitió la escena, varias mujeres leyendo revistas de todo tipo, y la televisión encendida, sintonizando nuevamente Utilísima, esta vez, con un programa sobre crochet.
Silvia, la doctora, me reconoció y nos saludamos con un beso sin dudar;  quise ver la expresión de su cara, pero no era una persona del todo expresiva. Nos sentamos en el escritorio y abrió el sobre con los resultados de mis exámenes.
-Agustina, tengo que decirte que los análisis no salieron muy bien, no te pongas nerviosa porque es algo que tiene solución-; esas primeras palabras bastaron para que se me hiciera un nudo en la garganta, quería llorar. -Tenés un HPV de alto riesgo, lo que significa que tenemos que sacar esa manchita pero quitándote una parte del cuello del útero-, (suena escabroso, pero es exactamente lo que dijo), -sino la sacamos, en unos años esa manchita puede desarrollarse en un cáncer, con lo cual es bastante urgente que la retiremos a tiempo. Es una intervención quirúrgica, con anestesia local, y no te generaría ningún riesgo. Después de la operación hay que tomar ciertos recaudos, porque se puede llegar a regenerar, no es seguro, pero para eso tenés que seguir haciéndote los controles-.
Luego de un mes de estudios y consultas, confirmé la fecha de la operación. Fuimos con mi mamá hasta el consultorio de Barrio Norte, una tarde de invierno con los nervios que me recorrían de pies a cabeza. Era un consultorio común, y había otras mujeres esperando ser atendidas, pero esta vez no había tele.
-Agustina, pasá por acá por favor-.
Veinte minutos después salí caminando de la sala, mi mamá me miró sorprendida, se imaginaba que la intervención iba a tomar más tiempo y que yo no iba a tener la fuerza suficiente como para caminar sola, pero no fue así. La operación fue realmente sencilla, los fantasmas que tenía en la mente se esfumaron, y volví a respirar tranquila. Nos abrazamos.
Hoy, después de casi tres años de esos meses interminables, agradezco haberme hecho los odiosos PAP y Colpo, y haber podido evitar la verdadera mala noticia.  
Como bien solía decir Tita Merello, “Muchacha, hacete el Papanicolau”.